«A nuestros abuelos les pidieron que fueran a la guerra, a nosotros tan sólo nos piden que permanezcamos en casa». Es una de las frases más posteadas en redes sociales. Y es que, se trata la pandemia por la que atravesamos actualmente de forma análoga a una guerra. Vencer la «batalla», salir a «combatir» cada vez que acudimos a trabajar, estar en la «zona roja» o en la «primera línea del frente», entre otras.
Los medios no son ajenos a esta tendencia y en ocasiones copan sus titulares y artículos con estos símiles. Por un lado, desgarradores, pues no se puede obviar la gravedad de la coyuntura existente. Por otro, saturado de frivolidad. La urgencia y la muerte no es una guerra, es un proceso ─aciago y trágico, sin duda─ real y palpable. La guerra, en cambio, sí la ha inventado el ser humano.
Este lenguaje bélico, procedente de las trincheras más profundas de la angustia humana, no es más que una forma de manifestar sobre el papel las líneas de actuación que se pretenden profesar. Más o menos comprendida por todos, resulta tangible para nuestra condición. Sin embargo, el foco de la atención no debería recaer sobre esta «contienda». Sí debería hacerlo sobre otras «invenciones» humanas tales como la situación en la que se encuentran un gran número de mujeres confinadas con sus maltratadores. La cobardía y falta de empatía que mueve a personas infectadas a huir de los hospitales o áreas altamente infectadas. El «panóptico de balcón» llevado a un extremo superficial y mundano. Un sistema conformado de tal manera en el que toda la sociedad se apoya en los hombros y el sudor de unos pocos trabajadores extenuados. Una policía que se obliga a multar y detener la burla de demasiados inconscientes.
Esto sí es una «guerra», creada y sustentada por y dentro de nosotros mismos.