Al principio de la crisis no nos creíamos del todo lo que estaba sucediendo. El escepticismo recorría nuestra capacidad de discernir entre lo verdadero y lo falso. Incluso algunos llegamos a sostener la idea de que el virus no existía, que no era más que una estratagema de las grandes potencias mundiales para romper con los valores democráticos, pilares de nuestra sociedad de derechos y libertades, a costa de la ignorancia y sobreinformación de los confinados. Que guion. A la altura de un Steven Spielberg en sus mejores tiempos.
Y es así hasta que de pronto un inesperado WhatsApp te propina una bofetada de realidad en la cara. Ayer falleció un tío de mi madre por coronavirus. Era mayor y por tanto se encontraba en ese grupo de riesgo que no debe pisar la calle bajo ninguna circunstancia. Me cuentan que murió en casa, sus familiares más cercanos desconocen si ellos también se han contagiado, algo que no deja de provocarme cierta inquietud. Su funeral será desangelado en comparación con el de su mujer, al que, según he escuchado en más de una ocasión, acudió mucha gente, hasta el punto de que la policía llegó a cortar la calle en Quart de Poblet.
No lo conocía personalmente, hemos coincidido en poquísimas ocasiones, la última vez que lo vi fue en el entierro de mi abuelo y no intercambiamos casi palabra. Aún así, este inesperado acontecimiento me ha hecho tomar conciencia de la gravedad de la situación y que el no conocer a alguien allegado con la enfermedad no significa que ésta sea una invención.
Hace unas semanas, antes de que todos aprendiésemos a la fuerza qué era el coronavirus, tomé la siguiente fotografía. Deberíamos sentirnos orgullosos de todos los que allí luchan tras sus mascarillas y precarios trajes de seguridad, de los que todavía siguen peleando contra la adversidad y de los que consiguen salir en medio de un mar de emocionados aplausos.
El barrio está próximo al epicentro de la noticia, demasiado próximo. Pero lejos de alarmarnos, os sugiero entonar un “no lo olvidaremos” al unísono. Desde los balcones, por parte de los supervivientes y en memoria de los que, a pesar de haberse dejado la piel, no pudieron salvar.