No se si a vosotras/os pasará pero creo que, dentro de la montaña rusa de emociones que está siendo este encierro, algo en nuestro interior evidencia lo que me temía: la normalización del encierro. Si bien es cierto que las rutinas a las que nos hemos amoldado en las sucesivas jornadas que hemos permanecido viviendo nuestra vida de puertas para dentro, no deberíamos perder la perspectiva de que algún día, más pronto que tarde espero, saldremos a la calle.
Será entonces cuando podamos valorar nuestra experiencia personal, cuando podremos extraer todas esas reflexiones pertinentes, cuando volvamos a pasear entre descampados y graffitis con la sensación de no haber estado allí en años, cuando, esta vez sí, podremos dar rienda suelta a nuestra creatividad. Sea el campo que sea y desde la perspectiva que mejor se amolde a nuestra forma de ser.
Una servidora pensaba, erróneamente, que dentro del desastre y la desazón, podía aprovechar para acabar esa antología que inicié hace un tiempo. Como si de Mary Shelley en su encierro suizo se tratara. Pero al final la incertidumbre venció a la imaginación. No soy la única, otras y otros compañeros o simplemente amantes de la escritura están sufriendo las consecuencias de este desastre mundial. Es como si Don Quijote, por decirlo de algún modo, jamás hubiese salido de aquel lugar de la mancha cuyo nombre jamás sabremos por miedo a que un patógeno lo contagiase nada más poner un pie fuera de su casa atestada de novelas de caballería.
Ante este panorama, hace días que tomé la decisión de dedicarme a estos pequeños escritos, a las reseñas, a la lectura y a aprender algo de cocina. Cuando todo esto termine ya habrá tiempo de pensar, formarse una opinión o incluso de escribir una novela costumbrista sobre el COVID-19. Pero hasta entonces, debemos hibernar en plena primavera.