Querido diario:
Por primera vez en lo que llevamos de cuarentena – sí señoras y señores, jamás pensé que llegaríamos pero hemos ya llevamos 40 días en casa – he salido a leer un rato. Sin embargo, al poco de iniciar la correspondiente lectura, la pintoresca escena que se presentaba ante mis ojos me parecía si acaso más interesante que el relato que estaba a punto de iniciar.
En el primer piso vive Raymond, más conocido como El extranjero, un hombre de unos treinta años que se pasaba las mañanas pintando en el balcón. Unas veces su lienzo amanecía plagado de Cumbres borrascosas, otros con el rostro de Niebla, su escurridizo minino, aunque su cuadro más famoso es el retrato de su Tía Julia, a quien tenía en gran estima.
En el segundo doña María, siempre llena de Orgullo y prejuicio, no hacía más que cotillear a todo aquel que como Ulises, no hacía más que aprovechar cualquier excusa para pasear a Fausto, el gran pastor alemán que tenía por mascota. Se lo regaló su Papá Goriot allá por el año 1984 y no veas como ladra. Normal que doña María desesperase ante El ruido y la furia que desprendía aquel animal.
Tres pisos más arriba, Los hermanos Karamazov se disponían a encajar las últimas piezas de un puzle de La montaña mágica. El Idiota de Fausto y su prima Lolita habían apostado a que ninguno de los dos sería capaz de lograrlo. Sus mil piezas les tuvieron, valga la redundancia, Mil y una noches sin dormir. Para cuando consiguieron finalizarlo, concluyeron que la Odisea había merecido la pena. Aunque la falta de luz solar les hubiese convertido en Almas muertas debido a la extraordinaria blancura de su piel.
Y por último, en la finca de al lado, Isabel y su hermana Paula pasaban la mañana tomando el sol. Isabel echaba de menos a su mejor amiga Emma, a Los endemoniados de sus primos, a ese chico al que besó durante un Viaje a la Alcarria y hasta a su profesora de inglés La señora Dalloway. Definitivamente estaba empezando a perder la cabeza. Por su parte, Paula andaba En busca del tiempo perdido mientras chateaba con su novio Pedro Páramo. Ojalá pudiesen reencontrarse de nuevo y coger Un tranvía a la Malvarrosa como cada verano desde que estaban juntos.
El silencio de las sirenas era cada día menos rutinario, Rebeca – la hija de mis vecinos de arriba – no para de llorar, Los miserables todavía siguen saltándose el confinamiento y en mis macetas La metamorfosis había comenzado. ¿Qué más le puedo pedir a esta jornada si todo lo que me rodea parece una Divina Comedia? Espero que esta Historia interminable acabe cuanto antes de que todas y todos nos pasemos Cien años de soledad entre cuatro paredes. Mientras tanto: feliz Día del Libro.
PD: podría estar leyendo El Quijote, Grandes esperanzas o La sonrisa etrusca para animarme partirme de risa. Pero en la foto estoy inmersa, como buena masoquista que soy, en el Corazón delator del gran Edgar Allan Poe.