Me encanta ir en autobús. Desde que comencé a desplazarme al centro sola hasta hace un mes que me subía a él para ir a la librería a trabajar. Desde que estudié el segundo de bachillerato en el Luís Vives y durante mi etapa universitaria.
Al principio sólo cogía el 8, bendito y odiado 8, cuyo recorrido era más largo que el actual. Podía perfectamente dejarme en el centro, en el campus de Blasco Ibáñez o en la Estación de Autobuses próxima a Nuevo Centro. Justo los sitios que más me interesaban por aquel entonces.
Creo recordar que fui al cine a ver Parásitos, pero sólo fue el viaje de ida. Por supuesto aquello fue antes de decretar el estado de alarma. Más tarde, y de forma esporádica, comencé a usar también el 18. Sobre todo para ir a la universidad si iba con mucho tiempo, al paro o algún sitio concreto. He olvidado la última vez que me subí a él, no sería importante.
Mucha gente lo detesta, y no me extraña, viajar en autobús es de todo menos cómodo. Pero en mi caso las ventajas superan los inconvenientes, sobre todo si lo que te interesa es coger ideas para un artículo, relato o algo más largo.
De toda la vida el transporte público ha sido uno de los lugares más democratizantes. Gente de toda clase y condición lo ha usado alguna vez, por lo que la amalgama de conversaciones y de variopintos personajes es más interesante si cabe. Una vez conocí a una persona que confesó haber escrito una novela a partir de una conversación que había escuchado fortuitamente en el autobús. “Que suerte” pensé maldiciendo mi mala suerte. Pero tiempo al tiempo, seguro que algún día de estos se presenta la oportunidad.
A él me he subido sola, con amigas, con mi madre, con mi padre, con mi hermano, con mi pareja. Y en cada uno de aquellos trayectos he aprendido algo, ya sea del paisaje tras el cristal, de las normas de convivencia, de la fauna humana o de la modulación del volumen adecuado para tener una conversación sin que se entere todo el pasaje y el conductor.
Habrá gente que se sorprenda pero, lo hecho de menos, tanto que duele. Creo que lo primero que voy a hacer cuando todo esto acabe es subirme al 8, observar a través del cristal, bajarme en Xátiva y entrar a la Librería Soriano, quedarme allí un rato entre cómics y novelas para después iniciar un paseo tan ansiado como añorado. La espera se me hace eterna, pero sé que llegará, aunque para entonces salgamos con gafas de sol y camisa de manga corta. Tal vez entonces no nos quejaremos tanto de su impuntualidad y aprenderemos a valorarlo como se merece.
2 Comentarios
Maria Ángeles
Hola. Del verbo echar lo primero que se echa es la h.
Creo que tu hermano se llama Pablo y estudió con mi hija Nerea Tomás. Igual me equivoco. Espero que no te molesten mis correcciones ( soy maestra, deformación profesional). Un saludo.
Director
Hola de Nuevo María Ángeles. Andrea se pondrá muy contenta porque sigues sus lecturas durante el confinamiento. Tomamos nota de estas correcciones tan valiosas que como señalaba anteriormente se han podido deber al corrector automático y a mi prisa por subirlo antes de revisarlo correctamente. De nuevo, gracias.