El otro día soñé con el camino de ida y vuelta de casa al colegio y del colegio a casa. Un camino que siempre realizábamos a plena luz del sol y en el que recorríamos la esencia más primitiva de lo que un día fue nuestro barrio.
Al final de Isla Cabrera, donde hoy hay un precioso parque con huertos urbanos, los campos se extendían ante nuestros ojos. No es que estuviésemos rodeados de una basto terreno agrario, pero el contraste entre edificios de siete plantas y campos de alcachofas era bastante más acusado. Recuerdo que descendíamos por unas escaleras de piedra hasta un camino de tierra. Aún podían verse las pisadas de quienes unos minutos antes habían realizado ese mismo recorrido.
A partir de ahí, los campos de tomates, lechugas crecían al amparo de una acequia por la cual solíamos caminar de puntillas, tratando de burlar al desequilibrio.
A la altura del parque de Bernat Descoll y muy próximo al Pablo Neruda se encontraba el Pozo de San José. Antaño vital para la distribución del agua por los campos, en esos momentos una ruina de graffitis con peligro de derrumbe. A pesar de su deterioro, todavía podía leerse el año en el que se fundó – 1945– y contemplar una representación algo simple de dicho santo. Teníamos absolutamente prohibido entrar allí, y aunque si bien era cierto que siempre me generó curiosidad, acaté a rajatabla la orden.
Una vez dejado atrás, el hormigón y el asfalto tomaban de nuevo presencia, como si hubiesen brotado de la propia tierra. Aquella era la señal de que dejabas atrás el campo – o ese pequeño resquicio casi arqueológico de los orígenes del barrio – para adentrarte en otro tipo de fauna, más urbana, cosmopolita, en ocasiones impersonal.
Un día todo aquello desapareció, hasta el dichoso pozo al cual debí haber fotografiado más y desde todos los ángulos posibles. Como también lo hicieron aquellos caminos al colegio, las tardes de bicicleta y las fantasías que aquel paisaje generaba en los más nostálgicos y en los que se adentraban en él por primera vez.
Menos mal que, por lo menos, nos queda la memoria. Gran herramienta para evocar o resucitar cualquier tiempo pasado que, al final, siempre acaba marchándose.
2 Comentarios
Maria Ángeles
Hola. Debes escribir vasto (con v y no con b) cuando le quieres dar el significado de extenso. Crítica constructiva, espero no molestarte.
Director
Hola María Ángeles, muchas gracias por tu corrección. Parece ser que el corrector del ordenador le ha jugado un par de malas pasadas a Andrea. Y me temo que yo, con las prisas no lo revisé adecuadamente. Pero para eso están las maravillosas personas que nos leen y nos echan un cable de tanto en tanto.