Hace días que lo repiten una y otra vez por la televisión, como si de un altavoz se tratase. Efectivamente, vamos a agotar las reservas de harina y levadura. Si antes el papel higiénico era lo que escaseaba – aunque si nos fijamos en cualquier película apocalíptica enseguida nos damos cuenta de que el hecho de limpiarse el culo con Scotex es la menor de las preocupaciones – o la cerveza – que el fin del mundo nos pille de borrachera y no de llorera – ahora parece que nos hemos convertido en improvisados reposteros.
Estos días veo recetas de todo tipo, desde elaborados platos que harían sonrojar al jurado de Master Chef, hasta esas recetas que inmediatamente etiquetamos como “de la abuela” cuando seguramente nuestra abuela hace años que no lo cocina. Pasando por esos coulants, tiramisús, bizcochos o torrijas – de estas últimas se ha popularizado una receta a base de Donuts por parte de uno de los cocineros más importantes de este país – que de pronto nos hemos animado a cocinar con desigual resultado. Sí, es evidente que usamos más los fogones, que nos lanzamos como kamikazes a hacer tartas de limón, y que como consecuencia comemos más. Mucho más.
Y entre bocado y bocado, mientras pensamos que de ésta probablemente saldremos rodando, nos olvidamos de los que ni siquiera se pueden permitir el lujo de comprar y mucho menos de realizar tan copiosas comidas. Hablo, por supuesto, de los grandes olvidados por el sistema. De aquellos que sentados en la acera nos imploran dinero, de esas personas que tras el “estoy bien” esconden una historia de pobreza o de los que lo están pasando mal porque esta crisis les ha dejado sin trabajo y no pueden pagar el alquiler.
Si antes no los veíamos, o ignorábamos su presencia, ahora directamente ya no existen. En nuestro universo todavía hiperconsumista y superficial en tiempos de pandemia, por desgracia, ellas y ellos no entran dentro de nuestras preocupaciones más acuciantes. El punto de sal, la textura del hummus o lo deliciosas que están las galletas caseras que acabamos de preparar siempre van a ser más importantes que nuestro vecino del quinto no pueda llevarse un bocado a la boca.