Érase una vez una mujer a un jazmín pegado. Cuentan las crónicas que durante el confinamiento del año 2020, y tras haber soñado toda la noche, Laurencia amaneció con su fragancia inundándole por completo las fosas nasales.
Fue tal el desconcierto que provocó este fantástico acontecimiento en su vida que, antes de que intentara deshacerse de él a base de obsesivas duchas faciales, buscó por toda la casa su origen. Le parecía una locura, pero en aquel momento pensó que tal vez las flores que había recogido de un parque cercano eran las causantes de que no distinguiese otro olor más allá del jazmín violeta.
Se dice también que en un intento desesperado por encontrar una explicación lógica dentro de lo ilógico, salió al balcón y no encontró más que vecinos asomados a las ventanas consultando el WhatsApp. De ahí que muchos de aquellos que vivieron la pandemia se le conociese como mujeres y hombres a un móvil pegado. Laurencia contempló atónita la escena, percatándose por fin que a lo mejor era más preferible vivir con un jazmín perfumando su nariz que a través de una pantalla táctil.
Las semanas pasaron, acabó poco a poco acostumbrándose. Pero llegó el día en el que, de pronto, tras un sueño de lo más extraño, se despertó sin el olor que le había acompañado tantas jornadas. ¿Sería aquello una mala señal? ¿Tendría nuestra protagonista el virus del que tanto se escribió posteriormente? El final de esta historia queda, por primera vez, en manos de la imaginación de todas y de todos vosotros.