El día amanecía soleado. Ni una nube quebrantaba la perfección azulada que levita sobre nuestras cabezas. La ciudad, seguía durmiendo, abatida, pensando en que un día más la situación seguirá siendo excepcional. Los cristales de las ventanas lucían más relucientes que nunca, y es que nuestro afán por aprovechar el tiempo nos ha hecho darnos cuenta de lo poco cuidadosos que éramos con determinadas cosas o tareas. Que si hay que arreglar la persiana, que si ese enchufe necesita una revisión, que si esa estantería hay que ordenarla. Actividades que, invadidos por una pereza crónica, íbamos postergando hasta perder la cuenta.
Una jornada en la que muchas y muchos volvieron a hundir sus manos en la masa para preparar esa receta a todas luces imposible para un novato. “No hay miedo” pensaban antes de abrir el horno y descubrir que el bizcocho color caramelo se había tornado en negro tizón. En definitiva, unas veinticuatro horas extremadamente hiperactivas y tristes al mismo tiempo.
Pero entonces, un rayo de esperanza entró por la ventana iluminando cada una de las estancias. Una pequeña llama en forma de comparecencia televisiva pronunció las palabras que desde hace semanas ansiamos escuchar. Y éstas escondían pinceladas de precaución y vacilación, lo cierto es que por primera vez en mucho tiempo el corazón comenzó a descongelarse, abriendo paso a una tímida sonrisa en el rostro de quienes las escuchaban.
Aquellos aplausos fueron más fuertes que nunca, aunque aún quedasen unos días para que se hiciese efectivo o no aquel ansiado anuncio. Y aunque somos conscientes de que probablemente tardará mucho en materializarse, la alegría contenida no nos la quita nadie, ni siquiera el propio presidente del gobierno. Al fin y al cabo, de sus labios han salido lo que todas y todos deseábamos retener: “si todo va bien, el 2 de mayo podremos salir a hacer deporte y dar pequeños paseos”.
Ahora más que nunca toca ser responsables.