Antes de que todo esto pasase teníamos planes. Íbamos a quedar con nuestros amigos para ponernos al día. A pasear por el campo mientras nos comemos la mona de pascua. A tomarnos unas cervezas en ese bar del centro que tanto nos gusta. A recorrer todas las tiendas de la calle Colón para ver si con suerte cae alguna ganga. Al cine para disfrutar de ese estreno que llevamos tantos meses esperando.
Había quien ya tenía los billetes de tren sacados o el hotel reservado para la pasada Semana Santa. También los hay que tienen planes programados para más allá de la primavera y que ahora parecen desvanecerse en el horizonte. Algunos habían conseguido curro, prácticas, un contrato al menos. Otros estaban a punto de terminar la carrera, segundo de bachillerato, la selectividad o estudiando para unas oposiciones ahora en el aire. Y por supuesto, existen los que, sin comerlo ni beberlo, han visto como su vida entraba en barrena justo en el momento más inoportuno.
Nuestra vida se ha pausado, como quien le da al botón de apagar y se queda bloqueado. Justo lo que precisamente hemos experimentado el 90% de la sociedad, que la parálisis y la inquietud nos afecta a nuestro día a día. Sin ir más lejos, a una servidora le cuesta leer, a veces escribir y casi siempre pienso que acabaremos matándonos como no salgamos de esta pronto. Los dolores de barriga vespertinos ya son algo rutinario, además de esa sensación de sentirte como una cómoda jaula de hormigón y cristal.
Dicho esto, he llegado a dos conclusiones, dos posibles futuros al respecto: o que el día de mañana el mercado laboral va a convertirse en una jungla o que evolucionemos hacia una sociedad en la que la interactuación sea, ya definitivamente, a través de las nuevas tecnologías. Sea como sea, lo que esta claro es que después de esto, los psicólogos se van a forrar con todos nosotros.