El otro día, en un intento por matar el aburrimiento, probé a escribir la palabra “Mascarilla” en el buscador del Google. Las primeras sugerencias que saltaron automáticamente consiguieron asustarme. “Mascarillas coronavirus”, “mascarillas ffp3”, “mascarillas ffp2”, “mascarillas antivirus”, “mascarillas quirúrgicas”, “mascarillas coronavirus comprar”…etc.
Si por el contrario decides darte una vuelta por YouTube, son miles los tutoriales que la plataforma pone a disposición del usuario. Los hay que te enseñan de cero el proceso de elaboración de una mascarilla y los que, en un alarde de creatividad, te ofrecen las opciones más cool para personalizarla. Como si de una camiseta se tratara.
A continuación bajas a la calle a por lo estrictamente necesario y comprendes como esta necesaria medida ha calado a diferentes niveles entre la gente. Hay quien porta mascarillas quirúrgicas, otros con una especie de filtro en el centro, otros de tela de flores, otros negra, otros optan por taparse la nariz y la boca con la bufanda y hasta hay quien, a falta de un cargamento, no tienen más remedio que ir a comprar sin ella; arriesgándose a pillar el maldito virus.
Aunque desde la televisión están cansados de repetirnos que el uso de la mascarilla no es el arma más infalible contra el coronavirus, lo cierto es que la gente parece hacerle más caso a los bulos que estos días circulan por las redes sociales. Desatando el caos y la desinformación al respecto. Generando, en última instancia, pequeñas o grandes broncas en el interior de las casas.
Me cuesta imaginarme el mundo después de este bache a nivel planetario, pero de lo que sí estoy segura es de que la mascarilla acabará convirtiéndose en un complemento más de nuestro día a día. Que incluso las marcas de ropa más prestigiosas comenzarán a sacar sus modelos inspirados en famosas series de televisión. Y quién sabe, tal vez con el paso de los siglos, acaben evolucionando a máscaras de carnaval, como las que usaban los médicos venecianos durante la peste de la edad media. Las mismas que podemos encontrar en tiendas de disfraces a las cuales, por desgracia, no podemos entrar.