Últimamente las sesiones de aplauso vecinal generalizado a las 20:00 h se habían vuelto demasiado monótonas. Seguía emocionando ver a las mismas personas de siempre batir sus manos con entusiasmo al otro lado de la calle pero, sin embargo, se respiraba un ambiente distinto, extraño, enrarecido.
Algunos de los que desde el principio se asomaban al balcón, de pronto, desaparecieron sin saber muy bien por qué. Otros, ni siguiera conozco sus caras, como nunca han hecho acto de presencia, difícilmente puedo empatizar o al menos saber que en esa ventana viven dos o cuatro personas. Y los que nos mantenemos firmes, presentes y persistentes, nos negamos a concederle una victoria más a todos aquellos que no creen en el virus o no hacen más que tratar como apestados a quienes se enfrentan a él en su día a día. No obstante, el cansancio pesa, y es normal que esas palmadas, antaño eufóricas, hoy suenen menos fuerte y durante menos tiempo.
Pero entonces se produjo el milagro. Dos cumpleaños de dos vecinos de la calle rompieron la decadencia, elevando la curva, consiguiendo que los aplausos volviesen a retumbar más allá del parque. Por fin se escuchó otra canción que no fuese el Resistiré y las felicitaciones espontaneas se sucedieron en cascada.
Aquello me hizo ser consciente de varias cosas, entre todas ellas que lo más habitual, como es cumplir años, puede adquirir un significado más especial cuando no podemos salir de nuestras propias casas. Independientemente de la edad o circunstancias personales.
Días más tarde, una de mis primas cumplió años, dieciocho para ser exactos. Y conociéndola estoy convencida de que jamás se imaginó que alcanzaría la mayoría de edad en estas circunstancias. Le doy clases de historia en la distancia, juega al fútbol, es la persona con menos filtros que conozco y de un tiempo a esta parte me siento más unida a ella. Saber sus opiniones y comprender los problemas de su generación.
El confinamiento hace que me acuerde no sólo de ella, también de todas esas personas a las que me gustaría ver y abrazar. Con o sin la excusa de un cumpleaños. A lo mejor, cuando todo esto quede atrás, podremos reencontrarnos y, hasta que el gobierno lo permita, contentarnos con una simple sonrisa, un saludo o unas palabras lanzadas al vuelo en la distancia.