Cuando por fin Darwin salió de su escondite en medio de paredes teñidas de llamativos graffitis el silencio se cernió sobre él hasta erizar los negros pelos de su lomo. Hacía días que María, una niña de más o menos la edad de su primer dueño, había dejado de bajar cada tarde para atiborrar su pequeña casita de plástico y madera de jugosas provisiones.
María quería llevárselo a casa para cuidar mejor de él, pero sus padres no la dejaban. Alergia decían. Pelos, malos olores, una boca más que alimentar. Sin duda argumentos bastante razonables que, sin embargo, no convencían del todo a la pequeña. Darwin le echaba de menos, tanto que se atrevió, por primera vez en días, a salir al exterior para acudir en su búsqueda.
No obstante, una compañera de su misma especie, que respondía al nombre de Cleopatra, lo llamó a lo lejos. El lenguaje de los gatos, aunque universal, resultaba nuevo a sus oídos. Había compartido tanto tiempo con los humanos y su forma de hablar que aquello se le antojó extraordinario redescubrimiento.
Cleopatra no hacía más que insistirle. Al parecer se había corrido la voz de que al doblar la esquina se había instaurado una especie de gobierno gatuno. Al haber abandonado paulatinamente las calles, los gatos habían ocupado el lugar de los humanos, y por tanto, el derecho de poder exigir su lugar en la sociedad.
Con paso sigiloso, ambos se dirigieron al parque nuevo, donde se suponía que se había surgido el germen de dicho movimiento político. Una vez allí comprobaron con sus felinos ojos la veracidad de los rumores. Y no sólo eso, sino que el propio Darwin se reencontró con otros compañeros y amigos de la calle. Lenin, Picasso, Hipatia, Nostradamus, Garbo, Frida.
Todas y todos estaban allí, inmersos entre abrazos y una danza que parecía ser eterna. Para cuando quiso darse cuenta, María ya solo era un bonito recuerdo en la memoria de Darwin. Ahora su familia era aquella, en aquel agreste parque, sin pensar en la posibilidad de que el encierro de los humanos tenía fecha de caducidad.
¿Se avecinaría entonces un pacto? ¿Una coalición tal vez? ¿O simplemente, tras un referéndum de autodeterminación, el reconocimiento del parque como la nueva y primera república gatuna del mundo independiente de los seres humanos? Cuando el coronavirus desaparezca de nuestras vidas lo sabremos.