A veces, durante los aplausos de las 20:00h, una servidora no puede evitar imaginarse las conversaciones que tendrán los habitantes de los pisos más altos de la calle. Esos a los que el oído humano no puede ni siquiera acceder. Es más, a mi me gusta pensar que pueden discurrir por estos lares:
—¿Qué miramos cuando nos asomamos a la ventana? – preguntó Laura en el decimonoveno día de confinamiento desde el séptimo piso.
—¡Pues qué vamos a ver! – respondió Gregorio, su vecino del sexto – Gente aplaudiendo, unas plantas mal regadas y a ese niño que cada día cuelga un dibujo nuevo en el balcón.
—Yo creo que vemos lo que queremos ver. – opinó Marina desde la finca de al lado – Lo que nos ayuda a estar mejor para afrontar con positividad lo que vendrá.
—Exacto. – intervino Paula, compañera de piso de Marina – No debemos fiarnos de nuestras propias percepciones ¿Y si los sentidos nos engañan? ¿Y si el ojo humano no muestra la realidad sino una visión alterada de las cosas?
—¿Me estás diciendo que la gente aplaudiendo, las plantas secas y el niño pintor no sean más que un producto de nuestro inconsciente? – exclamó Gregorio fascinado.
—Todo está aquí, – se señaló con el dedo índice a la cabeza – en la sugestión y en la credibilidad que cada uno le demos a lo que sucede. Es lo que tiene el Genio Maligno.
Se hizo el silencio.
—¿Qué buen tiempo hace hoy no? – soltó Laura de pronto.
Definitivamente, sus vecinos se habían convertido al cartesianismo.