Dicen que el 2 de mayo – fecha que cada año protagoniza atascos en las autopistas, estampas de abuelos en Benidorm o imágenes de estudiantes ultimando sus exámenes finales – vamos a salir por fin a la calle.
No es que lo tuviéramos prohibido, de hecho salir a comprar, a pasear al perro, a tirar la basura, a trabajar en empresas imprescindibles o a dar pequeños paseos acompañado en el caso de padecer, por ejemplo, autismo o alguna enfermedad mental que los requiera.
Los niños, hasta hace bien poco, sí que permanecían en sus casas, aunque en casos de fuerza mayor – como la imposibilidad de dejarlos solos por su corta edad – también han salido a acompañar a su madre o su padre al supermercado o a pasear al perro.
Los ancianos, sin duda los más golpeados por esta pandemia, tampoco tenían prohibido salir de casa, simplemente se aconsejaba extremar la precaución ya que son el grupo de mayor riesgo. Pero la realidad es que muchos viven solos, sin nadie que pueda hacer la compra por ellos. Así que son muchos los que, a pesar de ser los más susceptibles de pillar el virus, no tienen más remedio que salir a la calle para realizar los mínimos recados permitidos.
Cuando los más pequeños salieron a la calle después de semanas de enclaustramiento, aquello se convirtió más bien en el día de los padres, ya que mucho irresponsable no respetó las normas dictadas por el Gobierno, aprovechando la circunstancia para quedar con amigos o montar improvisado picnics. Ahora parece que los que no somos niños ni ancianos nos toca o bien madrugar o bien “trasnochar” para poder respirar un poco de aire fresco.
Lejos de estar contenta me siento agobiada sólo de pensar en la cantidad de pasotas que camparán a sus anchas el próximo sábado. ¿Lograré esquivar a quienes no respeten las normas? ¿Se me hinchará la vena? ¿O saltaré a la primera de cambio? Mientras me pienso en si el 2 de mayo, fecha ahora señalada por todas y todos en el calendario, salgo o si finalmente me espero a que la cosa se regule a base de multas yo ya pienso en el momento en el que abran las librerías, en los dos libros que voy a adquirir y en el shock que va a ser pedir cita previa para poder acudir a recogerlos. Como si de una consulta médica se tratara. El mundo, ahora sí que sí, no volverá a ser igual.